lunes, 24 de agosto de 2009

Decisiones

Tenía que elegir. Mauro o Piru. Entendía los celos de Mauro pero a la vez me daba bronca. ¿Por qué tenía que elegir? Tampoco se trataba en si de tomar una determinación, sino de que Mauro no me aceptaba como era. Él me había conocido así, pero a la vez las cosas que me decía me hacían sentir muy culpable.

Me juraba que él sentía que lo estaba matando, que se imaginaba a mí y a Piru en la cama y que era re difícil para él.

Tomé la decisión una vez más, igual que en aquella mesa del bar cuatro meses antes. Le dije a Piru que me dolía un montón pero que teníamos que parar de contactarnos. Él me pidió por favor, que no lo hiciera, me dijo que me iba a arrepentir. Le expliqué que no me quedaba otra y le pedí que no me la hiciera más difícil. Dejamos de hablar.

Muchas veces, estando sola en Buenos Aires pensaba en qué andaría Piru, si seguía con Melisa, cómo estaba. Sobre todo, los días que me sentía mal. No había mejor persona para levantarle el ánimo a uno que él.

A partir de ese momento, de la decisión les digo, empezó mi transformación. Sí, aunque no lo crean. Era tal la culpa de haber lastimado (según él mismo) a Mauro que cada cosa que me pedía yo se la daba.

Me había autoconvencido de que había sido una hija de puta con mi novio. Si él hubiese hecho algo así, lo hubiera matado. Pero él no, Mauro fue muy bueno conmigo y me perdonó. ¿Qué tarada, no?

A los pocos meses, una tarde, estábamos en La Feliz. Sonó el teléfono de la casa de mi novio. Era Piru. Yo no quería ni escuchar la conversación. Piru me había traído muchos problemas y a veces Mauro todavía me recriminaba el hecho de que supuestamente, lo había hecho quedar como un boludo, con el amigo cuando lo llamó y yo estaba en su casa. (No me lo pregunten, nunca entendí de qué manera lo hice quedar como un boludo, será cosa de hombres).

Colgó el teléfono, mi miró y me dijo. “Vienen a comer Piru y Meli”.

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